Los maestros

Me gustan estas horas en que la ciudad apenas es nadie.

Camino por Madero pensando que no podemos equivocarnos tanto. Que tanta derrota no se puede aguantar así.
Que ellos son nadie, como la ciudad. Los maestros son nadie. Los abandonamos, los olvidamos y ahora, con cinismo, los denostamos.

Nadie quiere entender: la calle, ahora vacía -será por la hora-, los niega. Ellos, allá al fondo, entre casa de campaña deprimentes, lo vinieron a buscar. Qué vinieron a buscar. Lo que les pertenece. Les dijeron que no dijeran nada. Que se quedaran callados, que obedecieran. Que ya vendrían tiempos mejores –menos peores.

Pero no lo hicieron. Quizás esa sea la lección –si es que hay lección. Vinieron a exigir lo que les pertenece.
La dignidad. La esperanza.

Que la educación es un asunto mayor. Altísimo asunto.
Que los grandes avances siempre han viendo de gente que incomoda a lo establecido.

Pero no. Nadie los quiere ver ahí. Estorban. Provocan tráficos interminables –como si el tráfico no hubiera existido antes en la ciudad, como si pudiéramos empezar siquiera a comparar el tráfico con el saqueo y el robo, con la corrupción que inunda al país.

País inundado de lodo. Pantanos de mierda que cubren hasta el copete (no pun intended) las realidades de un país que se pudre rápido y sin parar. Pantano de pobreza, de miseria, de desigualdad, de hambre.

Y la televisión empantanando cerebros, también. Cumpliendo su parte del trato mientras se libra, sin necesidad de acudir a la ilegalidad, del pago de impuestos. El debate será televisado y controlado o no será.

Nos dejaron las leyes y se llevaron la justicia, decían las pancartas madrileñas de 2011. Nos dejaron las reformas y se llevaron la Educación, dirán las nuestras.

No es casualidad la fobia que le tienen a los que representan el advenimiento de las ideas. Algunos preferirían que no existieran. Ni ellos ni las ideas. Ni ellos ni los Méxicos otros que nos da miedo conocer.

Llego a Bellas Artes y pienso que habría que entender que ellos no están aquí de vacaciones ni como excusa para no trabajar. Están buscando mejores condiciones para continuar la lucha más difícil: educar.

Llueve. Sus tiendas de campaña aguantan todo: el agua, el frío, el viento y la cargada mediática. Resisten, todavía.

Llueve: no sé en qué momento la ciudad dejó de ser apenas nadie. No sé cuándo decidí que la más noble de las batallas es por la Educación.

Llueve.